"Freud dice en alguna parte que hay tres grandes heridas narcisistas en la cultura occidental: la herida causada por Copérnico; la que provocó Darwin cuando descubrió que el hombre descendía del mono; y la herida hecha por Freud cuando él mismo, a su vez, descubrió que la conciencia reposaba sobre la inconciencia. Yo me pregunto si no se podría decir que Freud, Nietzsche y Marx, al envolvernos en una tarea de interpretación que se refleja siempre sobre sí misma, no han constituído alrededor nuestro, y para nosotros, esos espejos de donde nos son enviadas las imágenes cuyas heridas inextinguibles forman nuestro narcisismo de hoy día".
Michel Foucault (1926-1984), de su ponencia "Nietzsche, Freud, Marx", en el VII coloquio filosófico internacional, Paris 1964
En el post anterior, Grahan Greene se las agarraba contra la "excesiva abstracción" como un enemigo reciente del cristianismo. Desde mi a priori descalificable condición de simple médico lego en filosofía, semiótica, hermenéutica y disciplinas afines quisiera hoy desviar la mira hacia un concepto que puede sonar parecido pero es bien diferente como es el de la "excesiva interpretación" y para ello me he valido de este textito de Foucault, de quien, confieso, conozco muy poco y entiendo menos.
Lo poco que sé de Foucault no lo convierte en santo de mi devoción (ni en santo de ninguna clase creo) pero, además de mi admiración por sus dotes intelectuales, el tipo me genera cierta simpatía en tanto y en cuanto refinadísimo cuestionador de algunas vacas sagradas. Algunas dije. Consuetudinario ternero mamón de otras, seguramente. Ya no confío en alguien que sostiene que "toda cosa y la razón misma nacieron de un modo perfectamente razonable, del azar" (
Microfísica del Poder, 1971, haciendo suyas palabras del propio Nietzsche).
Me entero que la recientemente fallecida
Susan Sontag escribió hace muchos años un famoso ensayo llamado "Contra la interpretación" que causó cierto revuelo en el mundillo intelectual. No lo he leído pero seguramente se refería a cosas elevadas muy distintas a las que me referiré yo plagiándole el título.
Cuando mi amigo F., psiquiatra psicoanalista, volvió de Barcelona para pasar unos días con su familia, crucé un par de palabras con él arriba del auto mientras lo llevaba a casa de su cuñado. Eramos amigos desde el Nacional pero nos hicimos íntimos desde los últimos años de la facultad hasta su autoexilio. Incluso compartimos algunas aventuras por Europa. Parecía interesado por mi fenómeno de conversión, el cual había generado una lógica brecha de comunicación entre nosotros.
Conociéndolo como lo conocía, intuía que nada de lo que intentase explicar al respecto llanamente, de corazón (como se explican estas cosas bah, mencionando a Dios y todo) iba a ser recibido de la misma manera, de corazón, llanamente, por mi amigo F. Pero algo había que decir. Después de unos instantes de cabileo (donde viene a mi cabeza la parábola de la perla a los cerdos) hago mi intento.
Con mi mayor esfuerzo empático, busco las palabras menos chocantes para mi materializado amigo posmo (nada de "el Señor", por ejemplo, y que el Señor me perdone si eso es cobardía) y le trato de dar al relato un formato biográfico y algún matiz místico-paranormal recordando que otrora F. se entusiasmaba con Castaneda. Pero, en fin, le digo las cosas tal cual son: tuve una experiencia de Dios que me cambió la vida.
Ya en la puerta de la casa de su cuñado, antes de despedirse, recibí su réplica a mi testimonio en la que, gratuitamente, fui interpretado: que no se qué de la libido y sus objetos, que no se cuanto de la crisis existencial de la edad media, etc... Ideas que por supuesto le acepté en silencio, como quien acepta una agenda de regalo cuando ya le han regalado 8 ese mismo día y ahi nomás nos despedimos.
No sé si mi amigo F. tiene o no razón (razones seguro, le sobran), sólo sé que
no hay nada amoroso en su respuesta. Es más, hay cierta violencia.
Y sí, me confirma después otro amigo psiquiatra convertido que él también encuentra a la interpretación una cosa violenta. Violenta porque de alguna manera falsea. Y falsea porque las cosas SON mucho antes de ser interpretadas. No ocurre lo mismo con la
contemplación, por ejemplo.
La Verdad, lo que Es, es inasible. Contemplable, sí, puede serlo. Amable, necesariamente. Pero.. interpretable? ¿Pasada por un filtro tan limitado? ¿No deja de ser Verdad simultáneamente? Atención, me estoy refiriendo inclusive a las humanas exégesis y a las forzadas teologías...Sólo la verdad puede interpretar a la verdad. Solo el Espíritu Santo puede interpretar a Dios.
Dicho de otra manera: No encuentro amor en la interpretación pura, lo que es casi igual a decir que no encuentro verdad.
Sí encuentro, como sugiere Foucault, una relación directa con el narcisismo. Antes, como generadora y después, como producto y sustento.
A un nivel individual, neurofisiológico, podemos extrapolar esto mismo con lo que hoy sabemos sobre el
ego, la conciencia, el cerebro emocional y la
teoría del intérprete.
Autónomas cortezas interpretantes. Corazones sometidos. Despóticas y emancipadas cortezas que se han adueñado del hombre y del mundo.
Y si toda interpretación guarda al menos un rastro de falsedad ...¿qué podemos decir de una época en la que hemos hecho de ella una manera prevalente y respetable de mirar? ¿Qué podemos esperar de una cultura que interpreta sobre la interpretación de la interpretación de la interpretación de quien sabe ya qué cosas?.