Uno de mis renunciamientos más dolorosos apenas convertido fue el de mi apego a la música.
Es que, debo aclararlo, mi apego era enfermizo. No soy un melómano verdadero, es cierto, más bien un
chantún con cierto oído. Y nunca estudié música, ni la ejecuté con seriedad (sólo despunté el vicio con una banda de punk-rock adolescente de la cual era cantante, pero llamar música a aquello es parte de la confusión contemporánea).
Decía que mi fuerte apego, y cuando digo apego digo que tenía parte de mi corazón allí, estaba disfrazado de un sutil refinamiento, una extravagante erudición contemporánea, un deleite íntimo del cual me jactaba.
Tampoco es que fuera algo tan especial lo mío, esto de ser un "catador" musical es un deporte posmoderno especialmente popular en cierta franja etaria de treintaypicos urbanos con ciertas ínfulas intelectuales o estéticas.
Vanidad de vanidades.
La cuestión es que pilas y pilas de CDs acumulé en los 90s, en la era pre-mp3, a costa de los sueldos de la residencia. A ver, puristas, música verdadera, poca; mucho blues y derivados, rock en su sentido más amplio, selectas perlitas de jazz, después world-music, cosas raras, reggae, un modesto sector tango, algo de electrónica cool, y la especialidad de la casa, mi verdadera pasión, Brasil.
Con la música brasilera aprendí portugués, con el portugués conocí Brasil, en Brasil fraternicé con brasileros, enamoré brasileras y en todo este periplo, donde casi termino
morando alí, conocí mucha más música. Música brasilera lógico.
El apego fue mucho (y espero no esbozar en nadie una sonrisita burlona).
Cuando me convierto, todo esto toma otro color. Un descolor.
La Vida y la muerte, a trompadas limpias sobre el bote, coparon la escena con tanta brutalidad que de un saque me dí cuenta que me estaba sobrando equipaje. Mucho lastre, corazón muy pesado.
Es que al mismo tiempo en que uno descubre el alma, ese preciado botín, uno descubre también en qué la tiene hipotecada, en qué pavadas la había invertido, a que la había atado.
En fin, menos mal que Él paga todas las hipotecas, corta todos los lazos, libera y sana.
La cuestión es que Caetano, Joao Gilberto, Jobim, Vital Farias, Badem Powell, todos los Chicos, Pixinguinha, Milton, Gal y tantos otros antiguos habitués de casa quedaron mudos en los estantes. Y de vez en cuando, sólo para probar si la cicatrización va bien, salen a tocar un temita.
En ese ejercicio el otro día descubrí, con no poca sorpresa, este fragmento de un clásico de Paulinho da Viola (que refritó Marisa Monte).
Quando chega a madrugada
Meu pensamento vagueia
Corro os dedos na viola
Contemplando a lua cheia
Apesar de tudo existe uma fonte de água pura
Quem beber daquela água não terá mais amargura
Dança da solidão (1972)
Paulinho da Viola