cableados para el contacto
En un post de hoy, mi tocayo toca de refilón un tema que hace a mi actividad cotidiana: el autismo infantil.
El tema merece más que un par de palabritas en este blog, por supuesto.
Es algo demasiado serio para demasiada gente.
Sólo me arriesgo a traer acá algunas ideas sueltas fruto de mis años de estudio y experiencia con niños autistas y sus familias, que pueden llegar a interesar a los legos que siguen este blog.
El autismo es aún un misterio.
Se define por un tipo especial de conducta en el que lo que falla (lo deficitario, lo que está en menos) es la INTERACCION SOCIAL y la COMUNICACIÓN, verbal y no verbal, y donde además se observan como elementos anormales (o lo que está en más) ciertos intereses restringidos u obsesivos, conductas repetitivas o estereotipadas y a veces, las menos de las veces, habilidades “especiales” como memoria fotográfica o prodigiosa capacidad para el cálculo, por ejemplo. Por lo tanto impresiona una alteración más cualitativa que cuantitativa de las funciones mentales.
En ese sentido el autismo es fascinante. Es un modelo biológico desde el cual lo anormal nos permite conocer la normalidad. Descubrirnos.
Gracias al autismo hemos entendido que nuestros cerebros tienen funciones muy especializadas en lo referente al contacto social: ejemplo, la función de otorgarle a otras personas (de modo automático, “inconsciente”) un estado mental, es decir, percibir a los otros como entes dotados de una mente como la nuestra capaz a su vez de percibirnos a nosotros y no como simples cosas móviles y parlantes. O por ejemplo el mirar a los ojos como forma pre-programada de comunicación humana...
¡Lo que nos dice el autismo, con su falla, es que estamos cableados para el contacto, para ser sociales! Está en nuestra naturaleza. Nuestra capacidad para interaccionar con pares a un nivel muy básico no se aprende, no se adquiere, no depende de la cultura ni del ambiente. Esta capacidad podrá ser modificada por él pero no dependerá de él para su génesis.
El autismo es un trastorno del desarrollo.
Se va poniendo en evidencia desde los primeros meses de vida, aunque muchas veces se refiere una “regresión” cerca de los 2 años. Esto se puede explicar por el demorado registro de los papás y pediatras en evidenciar síntomas tan específicos.
El autismo no es un fenómeno de todo o nada, existe un espectro de síntomas desde formas muy leves (llamadas “Trastorno generalizado del desarrollo no especificado”) hasta la forma completa.
En la gran mayoría de los casos esta enfermedad se asocia a retardo mental, lo que ha contribuido a la confusión del término “autismo” con las formas de desconexión severa donde priman las manifestaciones del retardo. Existen muchos autistas de inteligencia normal o incluso superior a la normal.
No se conoce la causa última y única del autismo, pero se conocen varias causas de autismo: todas ellas de reconocida índole biológica (enfermedades genéticas, infecciones cerebrales prenatales, ciertas epilepsias severas del primer año de vida, etc...).
Todavía no existe ningún marcador objetivo (exámen, test, imágen, análisis, etc) que diagnostique el autismo. Esto, sumado a la primera interpretación del trastorno dada por uno de sus descubridores (Kanner) en la década del 50’ ha llevado a una prolongada confusión sobre el origen emocional del autismo, que es ya hoy un mito en el resto del mundo. Miles de madres fueron culpadas injustamente durante décadas por el problema de sus hijos. En muchos sectores de nuestro medio relacionados con la salud mental infantil (incluyendo la facultad de psicología de la UBA) se sigue sosteniendo que el autismo es de origen psicógeno (una falla temprana en los vínculos primarios) lo que demuestra lo susceptibles que son nuestros emporios del conocimiento y sus construcciones a ser influídos por ideologías o intereses de poder, al punto de negar evidencia científica consensuada.
O lo frágiles que son los paradigmas que nos sostienen en general (incluso el actual que hoy expongo).
El autismo implicaría una falla cerebral.
Se sospecha una alteración en la microarquitectura de ciertos circuitos corticales o una alteración bioquímica aún no reconocida que afecta el funcionamiento neuronal o cierta susceptibilidad genética.
Lo que está en discusión es si realmente está aumentando su incidencia como parece o si sólo se diagnostica más porque se reconoce mejor.
Hay teorías nada descabelladas que lo postulan como una nueva epidemia de causa ambiental (metales pesados, PVC, uso indiscriminado de antibióticos, vacunas y desórdenes inmunológicos) y existen grupos de padres y científicos militantes atrás de estas teorías que ofrecen nuevas terapias experimentales de índole dietético.
El autismo hasta hoy no tiene tratamiento curativo pero igualmente es mucho lo que se puede hacer por estas personas y sus familias.
Esperemos que el enigma se resuelva pronto.
El tema merece más que un par de palabritas en este blog, por supuesto.
Es algo demasiado serio para demasiada gente.
Sólo me arriesgo a traer acá algunas ideas sueltas fruto de mis años de estudio y experiencia con niños autistas y sus familias, que pueden llegar a interesar a los legos que siguen este blog.
El autismo es aún un misterio.
Se define por un tipo especial de conducta en el que lo que falla (lo deficitario, lo que está en menos) es la INTERACCION SOCIAL y la COMUNICACIÓN, verbal y no verbal, y donde además se observan como elementos anormales (o lo que está en más) ciertos intereses restringidos u obsesivos, conductas repetitivas o estereotipadas y a veces, las menos de las veces, habilidades “especiales” como memoria fotográfica o prodigiosa capacidad para el cálculo, por ejemplo. Por lo tanto impresiona una alteración más cualitativa que cuantitativa de las funciones mentales.
En ese sentido el autismo es fascinante. Es un modelo biológico desde el cual lo anormal nos permite conocer la normalidad. Descubrirnos.
Gracias al autismo hemos entendido que nuestros cerebros tienen funciones muy especializadas en lo referente al contacto social: ejemplo, la función de otorgarle a otras personas (de modo automático, “inconsciente”) un estado mental, es decir, percibir a los otros como entes dotados de una mente como la nuestra capaz a su vez de percibirnos a nosotros y no como simples cosas móviles y parlantes. O por ejemplo el mirar a los ojos como forma pre-programada de comunicación humana...
¡Lo que nos dice el autismo, con su falla, es que estamos cableados para el contacto, para ser sociales! Está en nuestra naturaleza. Nuestra capacidad para interaccionar con pares a un nivel muy básico no se aprende, no se adquiere, no depende de la cultura ni del ambiente. Esta capacidad podrá ser modificada por él pero no dependerá de él para su génesis.
El autismo es un trastorno del desarrollo.
Se va poniendo en evidencia desde los primeros meses de vida, aunque muchas veces se refiere una “regresión” cerca de los 2 años. Esto se puede explicar por el demorado registro de los papás y pediatras en evidenciar síntomas tan específicos.
El autismo no es un fenómeno de todo o nada, existe un espectro de síntomas desde formas muy leves (llamadas “Trastorno generalizado del desarrollo no especificado”) hasta la forma completa.
En la gran mayoría de los casos esta enfermedad se asocia a retardo mental, lo que ha contribuido a la confusión del término “autismo” con las formas de desconexión severa donde priman las manifestaciones del retardo. Existen muchos autistas de inteligencia normal o incluso superior a la normal.
No se conoce la causa última y única del autismo, pero se conocen varias causas de autismo: todas ellas de reconocida índole biológica (enfermedades genéticas, infecciones cerebrales prenatales, ciertas epilepsias severas del primer año de vida, etc...).
Todavía no existe ningún marcador objetivo (exámen, test, imágen, análisis, etc) que diagnostique el autismo. Esto, sumado a la primera interpretación del trastorno dada por uno de sus descubridores (Kanner) en la década del 50’ ha llevado a una prolongada confusión sobre el origen emocional del autismo, que es ya hoy un mito en el resto del mundo. Miles de madres fueron culpadas injustamente durante décadas por el problema de sus hijos. En muchos sectores de nuestro medio relacionados con la salud mental infantil (incluyendo la facultad de psicología de la UBA) se sigue sosteniendo que el autismo es de origen psicógeno (una falla temprana en los vínculos primarios) lo que demuestra lo susceptibles que son nuestros emporios del conocimiento y sus construcciones a ser influídos por ideologías o intereses de poder, al punto de negar evidencia científica consensuada.
O lo frágiles que son los paradigmas que nos sostienen en general (incluso el actual que hoy expongo).
El autismo implicaría una falla cerebral.
Se sospecha una alteración en la microarquitectura de ciertos circuitos corticales o una alteración bioquímica aún no reconocida que afecta el funcionamiento neuronal o cierta susceptibilidad genética.
Lo que está en discusión es si realmente está aumentando su incidencia como parece o si sólo se diagnostica más porque se reconoce mejor.
Hay teorías nada descabelladas que lo postulan como una nueva epidemia de causa ambiental (metales pesados, PVC, uso indiscriminado de antibióticos, vacunas y desórdenes inmunológicos) y existen grupos de padres y científicos militantes atrás de estas teorías que ofrecen nuevas terapias experimentales de índole dietético.
El autismo hasta hoy no tiene tratamiento curativo pero igualmente es mucho lo que se puede hacer por estas personas y sus familias.
Esperemos que el enigma se resuelva pronto.
3 Comments:
Muy interesante. Si no tuviera que trabajar creo que este sería uno de esos momentos en que uno se pondría a leer más y más sobre el tema...
El tema me supera, pero quiero hacer un comentario como quién quiere rescatar algo para que no se pierda.
No sé cuales son las falsas orientaciones psicológicas que han surgido en la UBA (no sé incluso si dije bien esto), pero creo que el factor causal psicológico no hay que desecharlo, después de todo: somos uno. Todas nuestras partes: cuerpo, alma, mente, se influyen entre sí.
Vos has escrito otro post sobre esos que descubren la "parte de cerebro" que hace cada cosa, cada función, y se olvidan de los factores emocionales, haciendolo todo un mecanismo biológico. Creo que algo de eso no debe faltar aquí...
No sé si soy claro...
Recuerdo que un tío abuelo mío, un hombre ya grande, neurólogo (y creo que bastante conocido en su época, había estudiado y trabajado en Suecia, Suiza y EEUU, era jefe del servicio en el Fernández, etc.), un tipo muy culto y buen conversador además, nos tenía fascinados en una cena familiar -hace más de 20 años- hablando de no sé que cuestiones de su especialidad con erudición y amenidad. Nos había dejado con la boca abierta. Cuando se hizo silencio y todo el mundo pensaba ("¡La pucha! ¡Lo que sabe este Fernando!"), nos mira a todos, nos lee el pensamiento, se ríe con ganas y nos dice: "la verdad es que del cerebro, no sabemos nada. Por lo menos, yo les confieso que no sé nada. Para mí, sigue siendo un misterio completo". A mí me pareció un arranque de modestia, pero por lo que decís en el post, me parece que tenía razón.
Soy psicòloga y me haga cargo de tantos años de psicologizaciòn del ser humano. Hay que entender que fueron fruto del materialismo acèrrimo. Creo que no se puede postular, asì sin mas ni màs que cualquier enfermedad, sea de la ìndole que sea, es unicausal. A mi humilde entender, y fruto de no pocos años de trabajar con enfermos neurológicos graves me animo a decir que, tal como la entendìan los antiguos la enfermedad es consecuencia de una "desarmonìa" en la persona (auque no le llamaban así) y tal cosa se da en todos las dimensiones del ser humano. Como unidad de cuerpo y alma no podemos saber a ciencia cierta si: con un cerebro enfermo, esa persona sufre o si el sufrimiento ha modificado el cerebro. En fin...El post me pareciò muy interesante.
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