verso converso

aportes incorrectos después de haber caído del caballo...

Y él les dijo: «Así, todo escriba que ha llegado a ser discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.» (Mt 13,52)


agosto 02, 2008

Alexis, ese demonio

Por los estantes de la biblioteca de la casa de mi padre recuerdo haber visto el ajado lomo de "La incógnita del hombre" de Alexis Carrel, volúmen que nunca creo haber abierto. La verdad es que tampoco nunca supe demasiado sobre el autor.
Hace unos días, navegando por sitios que no suelo frecuentar, encontré esta cita de Carrel a la que de algún modo, adhiero:

“En el clima mental creado por el liberalismo, la idea de provecho ha invadido todo el campo de nuestra conciencia. Aparece la riqueza como el bien supremo. El éxito de la vida se mide en unidades monetarias. Los negocios son santos. La persecución del lucro material se ha propagado de la banca, de la industria y el comercio a todas las demás actividades humanas. El móvil de nuestras acciones es el obtener una ventaja personal. Ventaja financiera sobre todo. Pero igualmente satisfacción de vanidad: grado, título, condecoración, posición social. Esta persecución del interés se disimula con una hipocresía sutil, bajo una apariencia altruista, bajo el velo de las combinaciones más ingeniosas. [...]

El sentido del honor es un anacronismo. Quienes se consagran a un ideal, quienes trabajan con desinterés, son considerados como hipócritas o como locos. La obtención del lucro se insinúa por todas partes".

(La conducta en la vida, Kraft, Buenos Aires, 1951, págs.41/42)

Me pongo a buscar algunas cositas sobre el tipo.

Un hombre de historia rica. Francés del fin del siglo XIX, gran médico y científico de su época (premio Nobel en 1912 por sus impresionantes aportes a la fisiología tisular), pensador, escritor y filósofo humanista, converso (a partir de una experiencia milagrosa en Lourdes), cuestionado y detractado por haber colaborado en los finales de su vida con el régimen nazi de la Francia ocupada, hoy su memoria y su legado están teñidos de sombras por la historia oficial, al punto de que su nombre fue retirado de calles y monumentos en Europa.
Incluso es víctima de terribles acusaciones como la de haber, de algun modo más o menos indirecto, promovido la creación de las cámaras de gas.
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Su historia me hizo recordar al caso de Hallervorden, caso que conozco por mi profesión. Julius Hallervorden era un médico patólogo alemán, jefe de servicio del Hospital de Branderburgo en la primera mitad del siglo XX. Investigador brillante, analizando cerebros en su laboratorio allá por 1922 describió con su colega Spatz un sindrome neurológico genético poco frecuente, conocido desde entonces y hasta hace poco como Enfermedad de Hallervorden-Spatz".
Hoy dicho sindrome neurológico no puede ser ya denominado con su clásico nombre porque se condena el accionar científico del Dr Hallervorden durante el regimen nazi y por lo tanto su nombre debe ser proscripto. La enfermedad debe ahora nombrarse en la literatura científica con el técnico título de "degeneración asociada a pantotenato kinasa" o PKAN.

¿Es eso justo? ¿es válido ese castigo, esa ejemplar condena a la memoria, mismo que el hombre haya sido cómplice de horrendos crímenes?

Hay un aspecto en este tipo de asuntos, por cierto tan remanidos, que la mente moderna no quiere o puede ver y esto es la invalidez de condenar con juicio moral absoluto a aquellos que en el pasado tuvieron ideologías contrarias a la ideología políticamente correcta del presente.
Quizás los ejemplos donde están en juego "crímenes de lesa humanidad", matanzas y genocidios, como es el caso del nazismo, no sean los mejores para representar el punto. Hay ciertos actos que de tan malos, merecerán ser malos siempre. Caín siempre será Caín.

Pero pensemos, si es que fuera válido discriminar grados de maldad, en otro tipo de crímenes que cuenta la historia: crímenes ideológicos, posturas políticas extremas, complicidades, omisiones, adhesiones, participaciones bélicas, colonizaciones, decisiones de política económica, declaraciones, inquisiones, revoluciones, etc etc, todo acto de la historia del hombre donde se haya generado daño, dolor, destrucción o vejación de la dignidad humana. ¿Quién fue el malo, quién fue el bueno?
¿Como juzgar moralmente a la historia?

Esto es especialmente notable en lo referente a la historia reciente, donde las pasiones políticas del hoy buscan ser aplicables a los actos del ayer. Uno entiende que la confrontación ideológica sea para muchos una verdadera guerra donde hay que vencer al enemigo, pero hasta en las guerras más sangrientas se respetan y honran a los hombres caídos del bando contrario.

Faltaría algo así como una "empatía histórica", digo yo desde mi ingenuidad e ignorancia en lides filosóficas -imagino que el materialismo dialéctico y el materialismo histórico tienen mucho que ver con todo este asunto. Se me ocurre que el paso del tiempo, el disponer de una información del ayer más global de la que dispongo del hoy -una posibilidad infinitamente superior de contextualizar-, debería darnos a los hombres y a las sociedades que vamos conformando, una mayor altura moral en nuestros juicios históricos. Una altura moral y espiritual que tienda a la misericordia y se aleje de la dureza. Un sentido de justicia tendiente e emular a Aquel que ha visto toda la historia y conoce nuestra pequeñez.
Conforme nos moviéramos hacia atrás en el tiempo y nos alejáramos de nuestras pasiones actuales deberíamos ir ganando en tolerancia en nuestros juicios.

Sin embargo, eso no ocurre...

Los argentinos tenemos ejemplos múltiples en nuestra aún corta historia. En la galería de odiados/venerados desfilan, entre tantísimos otros, nombres como los de Juan Manuel de Rosas, el Gral. J.A. Roca, el presidente J. D. Peron, el Che Guevara...
La pregunta no es quién fue verdadero prócer y quién reverendo canalla o quién fue santo idealista y quién condenable demonio: la verdadera pregunta es si es válido o no preguntarnos tales cosas.

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