Disculpen que los continue aburriendo con cuestiones autorreferenciales pero la historia que sigue, además de curiosa, me parece que tiene suficiente tela para cortar.
Andaba yo por mi quinto grado de escuela primaria, creo, y la tarea era escribir una composición con tema libre. Aunque yo quiera creer que era un chico demasiado buenito y correcto (esa es la imagen que guardo de mi de chico), aparentemente ya conocía de trampas y manganetas.
Con inusitado descaro, para la tarea en cuestión se me ocurrió recurrir al plagio.
Me había prestado Emilio, mi inseparable amigote del 5to D, un libro de cuentos para escolares de mi edad que no se usaba en nuestro colegio. No recuerdo su nombre, sólo que era de tapa negra y dura, y tenía ilustraciones muy coloridas.
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[+]Con más osadía de la que imagino en aquel Hernancito de 10 años, armé una versión propia de uno de los cuentos de este libro de tapas negras. Mis dotes de plagiador deberían ser muy buenas porque no sólo engañé al maestro que no lo reconoció como ajeno, sino que me pusó 10 como calificación. El nombre de mi composición era "Una tarde en la laguna".
Tan buena le pareció mi composición al maestro que una vez entregadas a los alumnos todas las pruebas, me pidió que lea mi obra en voz alta para toda la clase.
Desenlace: uno de mis compañeros, estoy casi seguro que Claudio Solesi, también había leído aquel libro y no bien hube terminado mi lectura me denunció a viva voz, para mi rubicundo escarnio.
Este último evento, el vergonzante desenmascaramiento, ha hecho de "Una tarde en la laguna", esa composición de 5to grado, una historia indeleble en mi memoria que ha sobrevivido a las millares de historias, tareas, horas de clase y días de infancia tragadas ya por el olvido.
Ahora bien, he aquí el primero de los datos curiosos; el cuento plagiado resultó ser una versión para niños de una fábula de Castellani. Esto lo descubrí recién hace unos años, cuando descubrí a Castellani:
¡Oh, laguna Pipo, si volviera yo a verte una vez más, y pudiese besar tus orillas, mis canas se irían todas de mi cabeza y volverían a cantar en mi corazón los jilgueros de mi infancia!
Si te viese de nuevo como aquella mañana en que el sol saliente inflamaba tus inmensos aguazales azules sembrados de totoras y casi materialmente cubiertos por alfombras overas de innumerables aves acuáticas, flamencos rosas, patos blancos, caraús negros, chorlitos, biguás, gallaretas, quillas, tuyuyúes, tuyangos, siriríes, chajáes, teros y garzas que pescaban con inmensa algarabía! Yo estaba contento y escuchaba al borde del agua las cosas que me decían todas las cosas...
-Quisiera poder caminar por la tierra -oí decir a una Mojarra-, entonces sí que estaría contenta.
-¡Si yo pudiese volar! -silbó la Iguana.
-Nadar por el agua debe ser la gran felicidad -dijo un Tero desembarrando elegantemente sus patas.
-Tonterías -dijo un Pato bachiller-. Yo camino, yo nado y yo vuelo y sin embargo estoy profundamente descontento. Camino mal, chueco y desgraciado, y se ríen todos de mí; nado mal, y no puedo alcanzar a la Mojarra y tengo que comer gusarapos; vuelo mal y me alcanza en mi vuelo la escopeta. Mejor es saber una cosa bien que muchas mal. La felicidad consiste, a mi parecer, en tener todas las habilidades de todos los animales sin ninguno de sus defectos.[...]
(Fragmento inicial de la fábula "Estar contento" de Camperas del padre Leonardo Castellani.)
¿Y a qué viene todo esto?
Ya veremos...
1 Comments:
Bueno, estaba claro que sabías hacer una cosa bien, elegir, y todavía algunas mal, copiar, enfadarte...Está bien la fábula. No me queda claro si copiaste exactamente el cuento, o lo "versionaste". No lo llames plagio, los intelectuales lo llaman intertextualidad cuando lo hacen ellos. Besos.
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