aportes incorrectos después de haber caído del caballo...
Y él les dijo: «Así, todo escriba que ha llegado a ser discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.»
(Mt 13,52)
Dentro de nosotros, la vida y la muerte combaten entre sí. No bien nacemos, comenzamos a vivir y a morir simultáneamente. Aunque no la advirtamos ni siquiera ligeramente, esta batalla entre la vida y la muerte persiste en nosotros de modo inexorable y sin misericordia.
Si por casualidad nos volvemos conscientes de ella, no sólo en nuestra carne y en nuestras emociones sino, sobre todo, en nuestro espíritu, nos vemos envueltos en una lucha tremenda, una agonía, no entre preguntas y respuestas, sino entre el ser y la nada, entre el espíritu y el vacío.
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Por cierto, para el hombre que penetra en las negras profundidades de la agonía, los problemas religiosos se vuelven un lujo inimaginable. No tiene tiempo para tales complacencias. Está luchando por su vida.
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Realmente, las religiones no son simples respondedoras de preguntas. O, por lo menos, no se limitan a eso, a menos que se degeneren. La salvación es más que la respuesta a una pregunta. Salir vivo de un desastre no es la respuesta a la pregunta:”¿Escaparé?"
En la batalla del vivir o morir, todo depende del último paso. Nada está asegurado de antemano. Nada es conclusivamente cierto. El desenlace depende de una elección nuestra. Pero eso es lo que constituye el oscuro terror de la agonía: no podemos tener certeza de nuestra elección. ¿Tenemos fortaleza suficiente para continuar eligiendo la vida cuando vivir significa seguir y seguir con esta absurda batalla de ser o no ser en nuestra honda intimidad?
Thomas Merton, trapense, converso (1915-1968)
de El Hombre Nuevo - 1961
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