orar o no orar, ser o no ser
Me cuesta ponerme, estoy árido, seco. No hay tiempo, no hay ganas.
Lejanos parecen aquellos días de ejercicios espirituales con consolaciones abundantes, noches de rosarios apasionados donde por poco levitaba. Época de oración tupida, desesperada, imprescindible; de búsqueda incansable de la presencia de Dios. De encuentro.
Cuando estaba así, todo lo demás (trabajo, estudio, vida social) quedaba en un segundo plano y andaba en "piloto automático". Y andaba maravillosamente bien, aunque poco importaba en realidad.
Simultáneamente con el decaer del fervor religioso uno va entrando en mejor sintonía con el mundo y sus prisas. Los segundos planos piden protagonismo y se siente imperiosa necesidad de tomar el volante por miedo a desbarrancar.
Al estar en sintonía las cosas salen en sintonía, gustan, y uno se deja engañar con viejas vanidades...
¿rezar? ¿presencia de Dios?
sí, sí, en un minuto más, antes voy a alcanzar la zanahoria que tengo justito delante de mi nariz
La oración la inspira Dios en la profundidad de nuestra insignificancia.
...
Toda oración verdadera confiesa la absoluta dependencia humana, del Señor de la vida y de la muerte. Ella es, por consiguiente, un contacto profundo y vital con Aquel a quien conocemos, no sólo como Señor, sino como Padre. Cuando oramos verdaderamente es cuando realmente somos.
Nuestro ser es llevado a una alta perfección por esa actividad, que es una de las actividades más perfectas. Cuando dejamos de orar, tendemos a volver a caer en la nada.
En verdad continuamos existiendo; pero ya que la razón principal de nuestra existencia es el conocimiento y el amor de Dios, cuando nuestro contacto consciente con Él es impedido, nos dormimos o morimos.
...
Si nos contentamos con orar sin poner atención en la oración ni en Dios, eso demuestra que no tenemos mucha idea de quién es Dios, y que no apreciamos realmente la gracia y el privilegio de poder hablar con Él en la oración. Porque la oración es un don de Dios, un don que de ninguna manera se da a todos los hombres. Tal vez se da a pocos porque son pocos los que lo desean, y de aquellos que lo han recibido, pocos han sentido gratitud.
Thomas Merton , monje trapense, poeta, converso (1915-1969)
de "Los hombres no son islas",1956
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